lunes, noviembre 20, 2006

Navarra se planta

Editorial ABC

SI algo indica que la tregua actual es, para ETA, un proceso de negociación política para el logro de sus objetivos tradicionales, es, sin duda, la insistencia en lo que los etarras llaman «territorialidad», concepto que no es otra cosa que la incorporación de Navarra a la Euskal Herría mítica que comparten todos los nacionalistas. También los territorios del sur de Francia -Iparralde- entrarían en el proyecto anexionista de ETA, aunque la firmeza del Gobierno galo -con independencia de ideologías- y la baja presencia electoral de los nacionalistas disuaden a los etarras de utilizar la misma insistencia que emplean en España con Navarra. Será porque de París no esperan nada, por mucho que en los últimos días ETA y su entorno hayan elevado el tono e instado al Gobierno galo a que se involucre decididamente en el «proceso de paz» bajo la amenaza de llevar el «conflicto» a la nación vecina si no se pliega a sus exigencias. Pura retórica, porque ETA sabe que Francia no va a mover ficha.
El Gobierno socialista insiste en que no se va a hablar del futuro de Navarra en la mesa de negociación con Batasuna. Este desmentido, como tantos otros, es creíble porque los hechos no lo confirman plenamente; es decir, que el Gobierno cuenta con el beneficio de una duda que, sin embargo, es cada vez más creciente. Porque si ETA hubiera tenido meridianamente claro desde un principio que Navarra no se toca, no habría concedido el alto el fuego o, de haberlo concedido, no habría insistido en la territorialidad como condición inexcusable de un acuerdo definitivo. Cabe recordar, además, que el presunto guionista de este proceso, Jesús Eguiguren, presidente de los socialistas vascos, acepta desde 2003 la modificación del régimen foral de Navarra, en términos abstractos, pero suficientes para que ETA pueda decir que también Navarra se negocia.
Por eso se convierte en tan necesaria una reforma constitucional que suprima la Disposición Transitoria Cuarta, reflejo coyuntural del consenso constitucional -hecho a la medida de las demandas del nacionalismo e inútil como tantas otras cesiones-, pero que hoy sólo representa una excusa para que los nacionalistas no den por cerradas sus aspiraciones sobre el Viejo Reino.
Para ETA, Navarra no puede quedar al margen de un proceso que desemboque en acuerdos que la legitimen retroactivamente, porque sería una derrota de sus postulados esencialistas. El régimen foral de Navarra es para los etarras un obstáculo tan resistente y odiado como la Constitución de 1978 y más que el Estatuto de Guernica. Más que éste porque la mayoría parlamentaria de Navarra está formada por dos partidos -UPN y CDN- que están comprometidos con la defensa del territorio foral frente al expansionismo nacionalista. Triste papel, sin duda, el del socialismo navarro, del que está descontada su condición de «caballo de Troya» de los nacionalistas vascos para asaltar el Gobierno de la Comunidad Foral tras las próximas elecciones autonómicas de 2007, claves en el horizonte de un «proceso» que estaba condicionado al cumplimiento por parte de ETA de una serie de exigencias elementales, entre ellas la no utilización de la violencia, que los terroristas han incumplido a conveniencia.
Es mucho lo que se juega Navarra en los comicios de la próxima primavera. La renovación de una mayoría foralista en las elecciones de 2007 es fundamental para que ETA -y el nacionalismo vasco en su conjunto- fracase en su propósito anexionista. La conservación de las instituciones democráticas navarras en manos de quienes están dispuestos a mantener el régimen foral se presenta así como lo que puede llegar a ser -si el proceso de negociación con ETA no se ha extinguido antes- el hito fundamental y punto de inflexión de este «proceso» de negociación política con los terroristas en el que cada día que pasa es mayor la presión por parte de la banda, empeñada en una clara estrategia de acoso y tensión que amenaza con hacerse insoportable para un Gobierno encallado en un peligroso cruce de caminos del que, más allá de la retórica habitual, parece incapaz de salir.